La contradicción del embarazo: parir vs seguir embarazada o el deseo de tener en brazos al bebé, contra el anhelo secreto de que el embarazo se prolongue.
Esta ambivalente y comprensible contradicción de cuando las ganas de verle la carita al bebé se enfrentan al deseo legítimo de que el bebé siga dentro del “horno”, calentito, protegido, alejado de virus, libre del ruido mundano, de la cotidianidad, creciendo resguardado.
Un poco antes de la recta final la contradicción puede ser como el estribillo de una canción, repetitiva. Nace. Espera. Nace. Espera. Nace. Espera...
La espera en el primer trimestre, hasta que no se supera la frontera de las doce semanas, en la que se confirma que el embarazo sigue su curso y, cien por cien, todo anda bien ahí dentro, pasa relativamente lenta, los días parece que no acaban.
Pero el reloj se acelera cuando el segundo trimestre hace acto de presencia. Llegado este punto, el tiempo se precipita y en un abrir y cerrar de ojos se está casi en la recta final. Sí, sí, ya está. El embarazo está llegando a término, se acaba. Ahora se agudiza la sensación de que los meses han pasando demasiado rápido y que no se ha disfrutado lo suficiente del estado de buena esperanza.
A las treinta y pocas semanas de gestación la incomodidad de estar a punto de explotar (literal) advierte que no va a ser posible la sesión de fotos programada con Cristóbal porque “las contracciones ya han empezado y el parto es inminente”.
¡Ay!, después de unos cuántas falsas alarmas provocadas por las tan necesarias contracciones de Braxton Hicks y, como si se entrara en una desaceleración temporal, los minutos se alargan de nuevo, todo se vuelve lento, denso. El día es mucho más tedioso que en las primeras inquietantes semanas. El tiempo se retiene como el líquido en los tobillos. Y una pregunta irritante flota en el aire: “¿Todavía no ha nacido el bebé?”.,
A pocos días, o semanas, del esperado/temido día, las contracciones no cesan y tampoco lo hace otra contradicción del embarazo: el miedo, contra la naturaleza instintiva de parir.
El deseo de dar a luz se opaca por la preocupación de que algo no vaya bien durante el parto y por el miedo al dolor. Demasiadas historias “gore” sobre partos. Esa maldita leyenda absurda de “parirás con dolor” ha hecho mucho daño en el subconsciente de todas.
Entonces, las últimas semanas del tercer trimestre se vuelven laaaargaaas. Y sí, da tiempo de hacer la fotos en VISUAL, de montar la canastilla, de poner los muebles de la habitación del bebé en todas las posiciones posibles, de limpiar sobre limpio, de guardar tuppers con comida saludable para el puerperio, de leer blogs, libros, post, sobre partos y crianza (a los de malos rollos y complicaciones ni acercarse), de contestar los mensajes de seres queridos que también están impacientes… Da tiempo de hacer todo porque, además, se acortan las horas de sueño, ya que es complicado estar cómoda en la cama.
A estas alturas, se ha superado la contradicción: parir vs seguir embarazada. Ahora el único deseo es: “¡Sal ya!”.
Porque lo normal es estar hasta los ovarios de no poder dormir bien por la noche, de las patadas en las costillas, del ardor de estómago, de las visitas a las correas… Pero, sobretodo, las ganas de verle la carita al bebé, de olerlo, de contar sus deditos…, supera con creces todos los miedos e incomodidades.
Después de unas cuantas falsas alarmas (y de caminar tres horas diarias) empiezan las contracciones de verdad, que no las contradicciones.
Tras suplicar internamente que sea el día, por fin lo es. Algo sobrenatural hace que no se piense en nada. La guerrera, dispuesta a ayudar a nacer a esa personita que ha estado dentro nueve meses, toma las riendas. Todo fluye. El cuerpo sabe. Se está en una especie de Limbo. El momento se vive a cámara lenta…
Hasta que, tras el primer llanto del recién nacido, la realidad se TRANSFORMA para siempre. Todo toma otra dimensión y un sentido auténtico, poderoso; aunque no el sentido romanizado que circula por ahí de super mamis 24/7 perfectas. La realidad es cruda, pero encierra la belleza de la superación, de aceptar las propias limitaciones y debilidades, de pedir ayuda si es necesario. Y, lo que es más importe, a partir del momento sagrado en el que, sobre el pecho, se tiene el ser más bello, tierno y vulnerable del universo, el cual va a necesitar que lo cuiden con esmero; la escala de prioridades cambia, ya no hay tiempo para otra cosa que no gire entorno a ese ser que, hace escasos minutos, acaba de tomar su primer aliento de vida. Desde ese instante, y durante años, no se sentirá más el tedio de una tarde aburrida y se deseará que el tiempo se detenga un poco siquiera porque va a crecer muy rápido…
Horas después del parto sobreviene otra contradicción.
Se echa de menos que el recién nacido siga dentro conectado a través de su ombligo a esa maravillosa tecnología orgánica, la placenta. Se echa mucho de menos. Por suerte esa sensación es algo fugaz. En unas horas se vuelve a estar preparada para asimilar que esa cosita tan pequeña que estaba dentro, protegida, ya nunca más volverá a estar físicamente en el interior; aunque, a medida que el útero crecía, también lo hizo el amor. Un amor que se queda dentro para siempre y que es el gran regalo de la maternidad, sin contradicciones.
Nace. Espera.
Me impaciento…
Sin embargo, necesito que el tiempo se detenga.
Tú dentro, al resguardo de mi sangre.
No fuera que hace mucho frío
y el ruido es muy intenso.
Tú duerme mientras mamá se desespera.
Me impaciento…
Tocar tu piel aérea.
Que abraces mi miedo con tu aliento.
Notar tus gramos en mis manos,
sentir mi útero ya ingrávido
y, a la vez, pensar que sigues dentro.Me impaciento…
Que el tiempo vaya a toda prisa.
Rememoro la luz en tu lanugo
y este poema que aún no te he leído.
Tu llanto ya es en mí, igual que tu silencio.Yolanda Gutiérrez
Nace. No, espera. Espero.
inédito }