He observado que todas las embarazadas, de una manera u otra, llevan dentro una guerrera.
Que todas las embarazadas son unas “guerreras” no me cabe la menor duda. Las admiro. La bella transformación física y el cambio hormonal que sufren sus cuerpos, desde mi visión, es la prueba de que han librado y ganado una batalla en la que trofeo es el Don de Dar Vida. Hay algo más admirable que eso. Creo que no.
Veo en las mujeres gestantes a poderosas heroínas preparadas para enfrentar la batalla más bella del mundo: DAR A LUZ.
Muchas veces aprecio en las embarazadas que fotografío una mezcla de fuerza sobrenatural, paz, seguridad, sosiego, templanza… La ciencia atribuye este estado de tranquilidad y seguridad a la oxitocina, creo que también es la “calma” antes de la “batalla” más importante a la que se enfrentan: el parto. Ese acto de AMOR ABSOLUTO por el neonato que las transforma en “madres guerreras”.
Lo mismo da si el parto es natural, inducido, cesárea, en casa, en el hospital, sola, acompañada… Tanto da porque, más allá de cualquier medio o circunstancia, el fin último es solo uno: traer el bebé al mundo.
Y aunque a veces creen que no están preparadas para el gran acontecimiento, sí que los están, porque siempre están listas para dar todo por sus bebés. Soy testigo. Lo aprecio cada día en todas las embarazadas y mamás que fotografío. De verdad, no exagero. He fotografiado miles y todas tienen ese halo de inseguridad que en el fondo no es más que una licencia justa que se conceden porque todas sacan fuerzas de donde piensan que no las tienen.
Nueve meses de intensos cambios físicos y hormonales no son para menospreciar. Y permitidme que les diga que se aprovechen del estado de buena esperanza dejando que las mimen y cuiden antes, durante y después del parto. Una cosa es que sean guerreras y otra muy distinta que tengan que cargar con el “peso del mundo”. Eso nunca.